“Mary y el Jardín Misterioso” (Himitsu no Hanazono Anime), la serie de anime de los 90

No esperaba mucho, lo admito. Pensé que estaba ante otra adaptación “educada” de un clásico de la literatura infantil, presentada con gracia y poco riesgo. Y en cambio Himitsu no Hanazono - en italiano María y el Jardín de los Misterios, se emitió por primera vez en Japón en 1991 y luego llegó a Italia el 13 de agosto de 1993. Italia 1 Y a través de las clásicas emisoras locales, logró sorprenderme con una delicadeza desconcertante y un subtexto emotivo que habla directamente al corazón de quienes amaron ciertas narrativas más por lo que callaron que por lo que contaron abiertamente.
Esta serie es una adaptación al anime de la novela. El jardín secreto de Frances Hodgson Burnett, publicada en 1911. La obra original ha entrado desde hace mucho tiempo en el imaginario colectivo como una historia de crecimiento y renacimiento interior, pero el anime japonés va más allá: captura su dimensión espiritual y melancólica, y la transforma en una narrativa que a veces roza el gótico psicológico, aunque mantiene una estética de cuento de hadas.
Una historia de espacios interiores ocultos

La serie sigue a Mary, una niña solitaria y tensa que quedó huérfana después de un brote de cólera en la India y que es trasladada a la lúgubre finca inglesa de Misselthwaite Manor. Desde los primeros episodios queda claro que no estamos ante el clásico "cuento infantil". La atmósfera es densa, las habitaciones de la villa son frías y silenciosas como tumbas, y Mary no es una protagonista complaciente: es gruñona, cerrada, a veces insoportable. Y por eso mismo es terriblemente cierto.
La narración se mueve en dos niveles: el mundo exterior, decadente y misterioso, y el interior, igualmente inaccesible. El “jardín secreto” se convierte así en un símbolo vivo del proceso de curación emocional, un lugar que refleja los traumas reprimidos, pero también el potencial oculto de cada persona. Nada en esta historia es inmediato: todo se conquista lentamente, con paciencia y con cierta dosis de valentía emocional.
Estética nostálgica, dirección silenciosa
El estilo visual del anime está en línea con las producciones de Nippon Animation de la época, y no por casualidad: María y el Jardín de los Misterios Es parte del famoso “World Masterpiece Theatre”, que ha adaptado muchos clásicos occidentales al anime. Pero comparado con otros títulos de la serie, aquí el tono es más oscuro, la línea menos suave, los colores más apagados. Los cielos son a menudo grises, la luz se corta, las tomas se centran en detalles aparentemente insignificantes – un manojo de llaves, un crujido, una sombra detrás de una cortina – pero llenos de atmósfera.
La dirección es lenta, y lo es intencionadamente: no hay prisa por mostrar ni por explicar. El uso del silencio está calibrado con una inteligencia casi cinematográfica. Algunas secuencias se desarrollan sin diálogos, apoyándose únicamente en la fuerza de la música y de la animación, en una elección que hoy parece valiente, en un panorama de productos que "hablan" constantemente.
Diálogos contenidos, ritmo narrativo reflexivo



Los diálogos están escritos con mesura, reflejando el carácter introvertido de los protagonistas. No hay chistes brillantes ni monólogos melodramáticos: cada palabra tiene un peso, cada frase tiene un tiempo, un espacio. El ritmo es deliberadamente dilatado, a veces casi meditativo, y esto podría desorientar a aquellos acostumbrados a series más dinámicas o inmediatamente gratificantes. Pero quien sepa sintonizar con esta lentitud descubrirá una profundidad poco común.
Mary, Colin y Dickon no son personajes “simpáticos” en el sentido clásico del término: están heridos y se transforman lentamente, de forma creíble. El cambio no se produce por arte de magia, sino a través de choques, confrontaciones, resistencias emocionales. Y eso hace que todo sea más auténtico.
Una banda sonora que huele a viento y memoria
La música, compuesta por Koichi Sakata, es uno de los puntos fuertes más subestimados de la serie. Temas orquestales sencillos pero conmovedores acompañan los momentos más significativos sin jamás eclipsarlos. Algunos motivos recurrentes parecen susurrar más que hablar, contribuyendo a la creación de ese aura suspendida entre la realidad y el sueño que impregna toda la serie.
El doblaje italiano –como suele ocurrir en los productos que llegan en los años 90– es sorprendentemente sobrio. Las voces no son dominantes, sino que mantienen un tono realista y mesurado, capaz de transmitir la ambigüedad y la tensión emocional de los personajes.
Una obra más adulta de lo que parece
Bajo la superficie de la historia de una niña y un jardín, María y el Jardín de los Misterios Aborda cuestiones que afectan también al espectador adulto: la elaboración del duelo, la depresión, el abandono emocional, el deseo de ser visto y acogido. El jardín se convierte en un símbolo de la mente: inculto, cerrado, aterrador al principio; luego se vuelve gradualmente más vital y fértil, a medida que los personajes (y el espectador) aprenden a conocerla y cultivarla.
No es una serie oscura, pero tampoco tranquilizadora: es honesta, y ahí reside su fuerza. No necesita grandes clímax ni giros para ser emocionante. Él te toma de la mano discretamente y te lleva donde no esperabas.
entre Heidi e Ana de las Tejas Verdes, pero más tranquilo
En el contexto del Teatro de Obras Maestras Mundiales, María y el Jardín de los Misterios Destaca por su minimalismo narrativo y su introspección. Si Heidi o Ana de las Tejas Verdes Buscaban una empatía inmediata, María pide ser comprendida plenamente. En cierto sentido, anticipa el gusto moderno por las series lentas, atmosféricas e íntimas.
No es un anime que “grite”, ni que intente conquistar a toda costa. Pero es precisamente por eso que consigue dejar una huella más profunda. En el panorama actual, donde incluso la animación para niños se vuelve cada vez más frenética, María y el Jardín de los Misterios Aparece como un pequeño oasis de silencio y significado.
Una serie para conservar
Me encontré pensando en ello en los días posteriores a verlo, de la misma manera que uno recuerda ciertos lugares de su infancia que le enseñaron algo sin decírselo nunca directamente. María y el Jardín de los Misterios Es una serie para ser vista con ojos adultos, con paciencia y sensibilidad. No es una visión para todos los tiempos, pero es una que, si llega en el momento adecuado, puede dejar una huella.
Se lo recomendaría a aquellos amantes de la animación que no tiene miedo de ser lenta, profunda, y a aquellos que aún quieren descubrir jardines interiores escondidos entre los ladrillos de la costumbre.
Personajes
Mary Lennox – La huérfana herida que renace cultivando
Mary no es la típica niña “dulce” de una historia sobre la mayoría de edad. De hecho, la amábamos precisamente por ser gruñona, distante y hostil. Criada en la India por padres desinteresados, criada por sirvientes y nunca amada verdaderamente, Mary es un pequeño desastre emocional. Cuando llega a Inglaterra, a la lúgubre mansión de su tío Archibald, no está en absoluto dispuesta a abrirse: juzga, se niega, se atrinchera.
Pero es precisamente este cierre lo que nos prepara para el camino más auténtico de evolución: Mary no cambia con un movimiento de varita mágica, sino gracias a un lento y laborioso proceso de reflejo con los demás: primero Martha, luego Dick, finalmente Colin y Camilla. Es al cuidar el jardín que María aprende a cuidar de sí misma, y su metamorfosis es tan silenciosa como conmovedora.
Mina Tominaga, en la versión japonesa, le da una voz fina y nerviosa, mientras que Emanuela Pacotto en italiano la hace un poco más tierna, acentuando el lado vulnerable del personaje.
Martha Sowerby – La Hermana Mayor del Corazón
Marta es quizás el personaje más brillante de la serie, y no sólo porque representa el primer contacto humano real de María con el afecto sincero. Segunda hija de doce hermanos, lleva sobre sus hombros el peso de una vida dura, pero trae consigo una sabiduría concreta y desarmante. Es el puente entre el castillo y los páramos, entre la aristocracia decadente y la vida sencilla pero auténtica de su familia.
Este no es un “comediante” ni una figura de servicio. Marta es el cálido baluarte contra la frialdad de los Craven, y es ella quien, con paciencia y firmeza, introduce a María en el valor del trabajo, del contacto humano, de la compasión. Marina Massironi, en el doblaje italiano, consigue transmitir toda la fuerza maternal y la ironía cariñosa de este personaje aparentemente secundario.
Dick Sowerby – El niño salvaje que escucha a la naturaleza
Dick es el eco del “buen salvaje” de la imaginación decimonónica, pero interpretado en clave animista: se comunica con los animales, siente la tierra bajo sus manos, sabe dónde florecerán las primeras campanillas de invierno. Él no es simplemente el muchacho que ayuda a María en el jardín: es el símbolo viviente de la armonía posible, de la vida que puede curar.
En él la naturaleza no es un fondo sino un lenguaje. Su espiritualidad secular lo convierte en un personaje único dentro de la serie. Dick es el hermano que Mary nunca tuvo, el mediador entre el mundo herido de los adultos y el poder silencioso de la naturaleza renacida. Mayumi Tanaka y Davide Garbolino, en ambas versiones, consiguen infundir a Dick una vitalidad suave y libre de afectación.
Colin Craven – El príncipe prisionero de su propio cuerpo
Si Mary es la semilla plantada en la tierra del renacimiento, Colin es el brote que aún no ha decidido si quiere vivir. Inmovilizado en su cama, convencido de ser una carga, Colin es el espejo de una generación educada en el miedo y la culpa. Su creencia de que su padre lo odia y su elección inconsciente de “castigarse” a sí mismo impidiéndose sanar, hacen que su figura sea poderosa y trágicamente moderna.
Colin no es agradable, pero es verdad. Sus rabietas, su fragilidad histérica, su necesidad de amor están construidas con un realismo psicológico sorprendente. Su cambio no se produce por mérito mágico, sino por el descubrimiento de un pasado reprimido y una amistad sincera. Stefano Dondi, en el doblaje italiano, le da una voz débil pero siempre a punto de romperse o explotar: perfecta.
Camilla – La bruja exiliada y el recuerdo del trauma
El personaje más enigmático y fascinante de la serie es sin duda Camilla. Llamada “bruja” por el pueblo, vive al margen como guardiana de un conocimiento antiguo e incómodo. Ex dama de compañía de la fallecida Lilias Craven, portadora de recuerdos y heridas, Camilla es el corazón oscuro de la serie: es la que sabe, la que recuerda, la que fue condenada injustamente y por ello quedó prisionera de un pasado que nadie quiere afrontar.
No es un personaje tranquilizador: es una advertencia. Su aislamiento habla de prejuicios, de mujeres marginadas, de dolor enterrado. Fumi Hirano y Maddalena Vadacca le dan su voz con un tono hipnótico y enrarecido, perfecto para una figura que se difumina entre el mito y la realidad.
Lilias Craven – El fantasma que acecha cada silencio
Aunque murió antes de que comenzara la historia, Lilias es el personaje que está presente constantemente en cada escena. Madre ausente, esposa amada, víctima de un misterioso accidente en el jardín: ella es el nudo emocional que bloquea el castillo y todos sus habitantes. Su muerte es la herida original de donde comienza todo dolor. Su silencio es lo que Camilla intenta romper. Y su recuerdo, guardado en el jardín, es lo que Mary y Colin deben liberar para poder crecer.
Lilias nunca habla, pero está en todas partes. Es el trauma tácito que sólo el cuidado (del jardín y de uno mismo) puede transformar en memoria pacífica.